La Universidad de Harvard acaba de anunciar que en el próximo curso (2020-2021) todas las clases serán impartidas de manera online. Con un cupo presencial máximo del 40% para poder recibir a los estudiantes de primer año, el resto tendrá que hacer el curso desde casa.
Todo esto, sin verse afectado el precio de la matrícula, que sigue estando en torno a los 50.000 dólares al año.
Y es que la pandemia del coronavirus ha azotado a diversos sectores de la sociedad, siendo la educación uno de los más castigados. La gran mayoría de los países (en torno al 90%) se han visto obligados a suspender temporalmente las clases presenciales.
Esto ha destapado deficiencias de un sistema educativo del que ahora se sabe que no estaba preparado para una situación como la que estamos viviendo.
La «transformación digital» de la educación
Llevamos años escuchando a instituciones y gobiernos hablar sobre la transformación digital de las clases; en colegios, institutos y universidades. Se ha hablado de pizarras y campus digitales, alfabetización tecnológica de la sociedad, y muchas otras iniciativas que nos han hecho pensar que la educación ya se movía en un mundo 100% digital.
Nada más lejos de la realidad. La transformación digital no puede consistir meramente en instalar pizarras digitales en las clases, dar portátiles a todos los alumnos y aprender a usar herramientas ofimáticas. La transformación digital debe ir más allá. Es decir, debe ser, como lo llama el profesor Enrique Dans, una ‘digitalización real’. Esto es, apoyarnos en los recursos digitales y adaptar la educación al entorno digital en el que ya vivimos.
Las herramientas están ahí. Se ha comprobado que el trabajo en remoto es perfectamente viable. Existen programas de trabajo colaborativo, así como de comunicación. Incluso hay muchas plataformas digitales excelentes. Sin embargo, seguimos dando clases exactamente igual que hace 50 años.
Con toda la información del mundo disponible en internet a un golpe de ratón, no tiene ningún sentido seguir usando un único libro para el proyecto curricular, o obligar a memorizar al alumno información que en su trabajo buscará en menos de 2 minutos en Google. Debemos enseñar a los alumnos a buscar la información en la red. A saber diferenciar la información veraz de las llamadas «fake news». Quedarse con la información de mejor calidad, y otras habilidades que son más importantes que saberte los ríos de tu país de memoria.
Hay que cambiar el modo de enseñanza de arriba a abajo. Que hoy en día un profesor «vomite» en una clase el contenido del libro no tiene ni sentido, ni utilidad ninguna. Pues de esa manera un alumno no aprenderá. Necesita implicarse y, si puede ser, practicar.
El acceso a la educación gracias a internet
Una de las cosas que debemos agradecerle a internet es la democratización del conocimiento. Con esta situación de confinamiento, muchas personas se animaron a seguir formándose de manera online en las múltiples plataformas de enseñanza que existen.
Con una deuda estudiantil cada vez mayor, y con el aumento de la oferta educativa, nos debemos plantear si las carreras o los másteres valen lo que cuestan. Hay muchas escuelas o universidades con un nivel educativo posiblemente más bajo que el que podrías obtener si tú accedieras a esos recursos directamente. Y muchas veces nos dejamos llevar por la «titulitis«.
Sin ir más lejos, el otro día escribí un artículo con una buena cantidad de recursos para estudiar casi de manera gratuita. Gracias a universidades, instituciones, y la propia gente, puedes aprender casi lo que quieras a un coste muchísimo más bajo de lo que cuesta un MBA. Además, la ventaja de hacerte tu propio plan de formación es que puedes adaptarlo todo lo posible a tus propias necesidades o gustos.
La brecha digital
Sin embargo, es cierto que todo esto de la tecnología suena estupendamente hasta que descubrimos un concepto llamado brecha digital. Este término describe la desigualdad en el acceso a la información de todas las personas.
Según la UNESCO, 826 millones de niño en todo el mundo no tienen acceso a una computadora en casa. En España existen aún 100.000 hogares con niños sin acceso a internet. Según este estudio realizado durante el estado de alarma a causa del COVID-19 en España, esta brecha digital favorece el aumento de la brecha social.
Así que, por un lado, tenemos niños sin acceso a internet y, por otro, padres con conocimientos digitales limitados que les impiden poder ayudar a sus hijos en las tareas. De ahí la importancia de que los alumnos tengan los recursos necesarios, y que los padres sean cada vez menos analfabetos digitales.
En este artículo de Nada es Gratis (blog totalmente recomendado sobre economía), han hecho un cálculo de cuánto costaría cerrar esa brecha digital en edades tempranas. Y sería solo de 45 millones de euros (digo solo porque un kilómetro de AVE cuesta aproximadamente 18 millones). Invertir en edudación es lo mínimo que podemos hacer.
Conclusiones
Una cosa es evidente: la educación presencial nunca podrá sustituir a la online. El seguimiento de los profesores a los alumnos y alumnas, el calor de la clase, y el apoyo de los compañeros es fundamental, sobre todo en las fases tempranas de la educación. Pero esta puede complementar, y transformar la educación de una manera radical.
Por otro lado,la pandemia ha puesto de manifiesto que el sistema no está preparado para que la educación presencial se convierta rápidamente en no presencial y no pierda calidad. Esto se solucionaría con una mejor inversión de recursos tecnológicos y mayor formación tecnológica del profesorado.
Obviamente, nadie previó que esto podía pasar. Pero es que se siguen impartiendo las clases sin tener en cuenta que el mundo ha cambiado, y que ya no es como lo conocíamos hace 50 años.
Debemos trabajar para digitalizar la educación de verdad. Quizás con esto logremos conseguir una educación que reduzca la brecha social, que prepare mucho mejor a los trabajadores del futuro, y que dé acceso a una educación de calidad a alumnos que, sin la tecnología, no podrían tenerlo.